Desenredarse patas para arriba. A la Papantla

A veces me imagino cómo sería volar. Si se me concediera algún superpoder escogería uno que me permitiera volar; me parece una habilidad capaz de unir la libertad del alma con la fragilidad del cuerpo. Mi madre trató de obligarme a leer Juan Salvador Gaviota cuando aún era un mocoso imberbe; como yo sólo quería ver a Goku y Ranma 1/2 rara vez pelaba el libro, lo único que recuerdo es que Juan se sorprendía de cómo mover una sola pluma lo hacia girar y cosas por el estilo, ahora que vi un breve resumen y descubrí que Juan era medio rebelde me han dado ganas de leerlo.

Los voladores de Papantla son una tradición que asombra. Original de los totonacas, se originó como un ritual para invocar la fertilidad divina, y los voladores se solían poner plumas en sus atuendos; éstos hombres-pájaros inventaron un rico ritual que se preserva hasta hoy en día como una muestra de identidad cultural propia del territorio y por añadidura del país. (Para saber más de su orígen, simbolismo y tradiciones, dar click)

Los pro en accion.
Algo de lo más cercano que he podido hacer para volar ha sido Papantlear; de modo amateur. Fue así: El exnovio-de-una-amiga-de-un-amigo-de-mi-anterior-trabajo andaba un día echando chelas con su compa en un lugar donde hay un poste para volar, conversó con los voladores y los convenció de dejarlos aventarse, y al final les pareció una aventura tan curiosa que le pidió permiso para llevar más gente. Como de repente me ven como alguien intrepidón, se me extendió la invitación a través de mi amigo. Y terminamos por repetir la experiencia unas 3 veces.
Mi sonrisa es de puros nervios.
Estar ahí arriba es un tanto atemorizante, sobre todo si hace viento. Subir los peldaños sin ningún tipo de protección y luego sentarse en el marco que se balancea como teibolera requiere mucha determinación. Una vez arriba la vista es inigualable, pero el viento, que encuentra pocos obstáculos mientras más se sube, juega con la mente y los miedos. Se hace un nudo un poco más complejo que el de los zapatos con un mecate alrededor de la cadera y esas son todas las medidas de seguridad... lo que sigue es asegurar que los 4 voladores se sueltan del marco al mismo tiempo, dando la espalda al suelo. Si alguno se retrasa las cuerdas no se van a dejar de desenredar, el marco se moverá frenéticamente por la falta de equilibrio de fuerzas y la única opción para evitar poner en riesgo a todos es que el que se atrasó se aviente y resista el tirón correspondiente a la distancia de cuerda que se ha desenrollado hasta ese momento. Si se quedara arriba el riesgo se incrementa conforme los voladores han bajado más, por las fuerzas que las cuerdas ejercen en el marco. Si el lanzamiento se hace bien la experiencia es muy calmada, la velocidad que se siente es muy poca y hasta se puede tocar la flauta o el tambor sin problemas, mientras uno provoca giros sobre su propio eje de manera sencilla, mientras se siente la suave brisa invertida que los antepasados sintieron desde antes de la era de la conquista. Es reconfortante n_n

Un poco de Gangman style para disfrutar el descenso.
Aterrizar puede terminar en una arrastrada si el volador amateur decide que quiere correr al tocar suelo, la velocidad que trae es demasiada para que la mayoría lo logren sin evitar terminar como borracho luchando por no caer. Lo mejor es tocar el suelo con pequeños saltos conforme uno se acerca al suelo, para desacelerar poco a poco, hasta que correr y frenar por completo no es un riesgo, dada la reducción de velocidad lograda.

Conclusión no tan obvia: Lo que para unos es un espectáculo para otros es su identidad, hay que apoyar este tipo de tradiciones para que sobrevivan a lo largo de los siglos.


Daniel Castillo

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No importa que el post sea viejo, igual lo leeré: Que se manifieste lo que se quiera decir n_n

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